lunes, 18 de octubre de 2010

La Huelga General

Apenas han pasado tres semanas desde la huelga general convocada por los sindicatos españoles en contra de una reforma laboral leonina que, sin embargo, no llegó a provocar reacción alguna en la clase trabajadora desde el preciso momento en que fue anunciada o, cuando menos, antes de que fuera iniciado su trámite parlamentario (tema que abordé previamente en este mismo blog, aquí y aquí, cuando en el mes de junio me dediqué por algunas semanas a despotricar contra el campeonato mundial de fútbol celebrado en Sudáfrica). Hoy, tal pareciera que nadie recuerda la gesta heroica que los trabajadores españoles emprendieron el pasado 29 de septiembre. ¿Cuáles serán las causas de este olvido repentino y aparentemente prematuro? Me atrevo a aventurar una hipótesis que sirva como respuesta tentativa a esta interrogante: porque, amén de haberse programado tardíamente, una sola jornada de huelga es insuficiente para forzar cambio alguno en la situación actual.

Hubo una época (me parece que esta expresión levanta murmullos extrañados y escépticos entre los lectores más jóvenes: en efecto, el mundo existía antes de su nacimiento) en que la huelga general fue considerada una opción estratégica idónea para finiquitar el capitalismo y la desigualdad en éste que se funda. Primero contó con el beneplácito de las huestes anarquistas y, posteriormente, con la entusiasta adhesión de los grupos socialistas más radicales entre aquéllos que formaron parte de la Segunda Internacional. Hacia agosto de 1906, en efecto, la teórica marxista Rosa Luxemburgo (transliteración castellana del nombre polaco Róża Luksemburg) redactó en Kuokala, Finlandia, el célebre folleto titulado Huelga de Masas, Partido y Sindicatos, en el que pretende educar a los trabajadores alemanes en el ejercicio revolucionario del derecho de huelga a partir de la experiencia de los sindicatos rusos. Luxemburgo concibe la huelga general como «un fenómeno [...] variable que refleja todas las fases de la lucha política y económica, todas las etapas y factores que intervienen en la revolución», y aún llega a afirmar que, lejos de representar «un método artesanal descubierto por un razonamiento sutil», esta variante de la huelga constituye «el método de movimiento de la masa proletaria, la forma fenoménica de la lucha proletaria en la revolución». Dicho brevemente: para Luxemburgo, huelga general y lucha obrera son una y la misma cosa.

Aunque la ortodoxia marxista de Luxemburgo le llevó a intentar distanciarse de los anarquistas en su folleto, lo cierto es que su caracterización de la huelga general no es totalmente ajena a éstos. Tanto Luxemburgo como los anarquistas imaginaban que, llegada la fecha convenida para la huelga, la totalidad de los trabajadores dejarían el trabajo durante un periodo más o menos largo, obligando así a las clases poseedoras a darse por vencidas o a atacar a los obreros, con lo cual darían a éstos el derecho a defenderse y a derribar, aprovechando la ocasión, las inicuas estructuras socioeconómicas que sostienen al sistema capitalista de producción. No debe extrañarnos entonces el atractivo que la huelga general ha ejercido tradicionalmente en el imaginario de la izquierda. Jack London dramatizó este proyecto revolucionario en dos relatos: un cuento titulado The Dream of Debs (en clara alusión a Eugene Victor Debs, miembro fundador de Industrial Workers of the World y candidato presidencial del Socialist Party of America en varias ocasiones) y el capítulo XIII de su novela The Iron Heel, que lleva por título, precisamente, «The General Strike». Ciertamente, en ninguno de los dos casos resulta apetecible la perspectiva de formar parte de la oligarquía capitalista, así sea en la ficción, una vez que la huelga general ha sido puesta en marcha.

Por supuesto, en los tiempos que corren difícilmente podemos imaginar a Cándido Méndez o a Ignacio Fernández Toxo llamando al asalto de La Moncloa o a levantar barricadas en torno al Palacio de la Zarzuela. Ahora (aunque con la crisis que está cayendo, quién sabe hasta cuando) están al uso estrategias huelguísticas más modestas, que mantengan en su sitio los elementos clave del tinglado capitalista. No obstante, cabría esperar razonablemente que los principales sindicatos españoles hubiesen convocado a la huelga general antes del trámite parlamentario de la reforma propuesta por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (insisto en este punto) o que,  cuando menos, no limitaran las protestas a una sola jornada laboral. Como muestra de que la oposición a la susodicha reforma pudo gestionarse de otra manera, ahí tenemos el caso francés. A la fecha, ya son ocho las huelgas a las que ha tenido que hacer frente el gobierno del presidente Nicolas Sarkozy en lo que va de año como respuesta a sus planes de ajuste y su proyecto de endurecimiento de la normativa laboral. La última, en marcha desde el pasado 12 de octubre, ha contado con la adhesión de multitud de sectores (incluidos los estudiantes) y se renueva desde entonces cada 24 horas, sin fecha de caducidad establecida. Esta huelga reivindica la retirada de un proyecto de ley que se debate actualmente en el Senado y que pretende retrasar la edad legal de jubilación de 60 a 62 años, y la edad a la que debe jubilarse un trabajador que no haya cotizado el tiempo necesario para cobrar la pensión entera, de 65 a 67 años.

El potencial vindicativo que reviste aún hoy en día la huelga general puede resumirse en el razonamiento de un viejo sindicalista francés de La Poste que, plantado en medio del Boulevard du Temple, señalaba el pasado viernes a un periodista del diario El País: «Si paralizamos el país, Sarkozy cederá. Si no, no». Así como Rosa Luxemburgo recomendaba a los obreros alemanes seguir el ejemplo de sus compañeros rusos, quizás los trabajadores españoles puedan aprender algo de los acontecimientos que ahora mismo tienen lugar al otro lado de los Pirineos: la huelga en Francia no se olvidará al cabo de pocas semanas, sencillamente, porque los sindicatos y los trabajadores de aquel país se han tomado en serio su confrontación con la administración de Nicolas Sarkozy. Aquellas cosas que valen la pena en esta vida no se consiguen en un solo día; la defensa de los derechos por regla general exige más de 24 horas. Otro mundo es posible, pero no podremos acceder a él sin sacrificio.