miércoles, 31 de marzo de 2010

Ricky Martin, Foucault y el Armario

El día de ayer, Ricky Martin confesó públicamente su homosexualidad. Hoy, a escasas horas de la declaración, me he encontrado con varias docenas de comentarios (y alguna que otra broma homófoba) en torno ella. ¿Por qué suscita tanto interés un asunto que, en principio, parece tan exclusivamente íntimo? Me viene a la memoria el título del apartado introductorio del primer volumen de la Histoire de la Sexualité escrita por Michel Foucault: «Nosotros, los Victorianos». No parece exagerado afirmar que, en el plano moral, no hemos sido capaces de trascender el siglo XIX: con todas nuestras supuestas libertades sexuales, aún impera sobre nuestros espacios públicos la moral pacata de la edad de la hipócrita burguesía, como le llama el propio Foucault.

El sabroso escándalo que despiertan casos como el de Ricky Martin demuestra que las prácticas sexuales contemporáneas aún se encuentran lastradas por la hipótesis represiva, esto es, la idea de un gran mecanismo central destinado a decir que no en lo que atañe al ejercicio de nuestra sexualidad. El sexo supuestamente está circunscrito a la privacidad de las alcobas: es un tabú, un tema prohibido. Sin embargo, Foucault ha demostrado que, en realidad, la sociedad aspira constantemente a controlar y limitar tanto la sexualidad como cualquier discusión en torno a ella, de modo que, en los hechos, la represión provoca el discurso sexual para afianzar el control social sobre cada uno de nosotros.

Un ejemplo resultará sumamente útil para aclarar esta aparente paradoja. El sacramento católico de la reconciliación (esto es, la confesión) representa por excelencia a aquellas instituciones orientadas a incitar el discurso sexual en términos foucaultianos. La Iglesia es particularmente rigurosa en la proscripción del sexo y, precisamente por ello, persigue hasta en sus ramificaciones más ínfimas todas sus manifestaciones, correlaciones y efectos: algún jirón de un sueño, una imagen voluptuosa, una complicidad entre la mecánica del cuerpo y la complacencia de la mente: todo lo que concierne a la sexualidad debe ser relatado detalladamente al confesor.

Asimismo, la confesión puede ser entendida como una admisión de culpabilidad. Por un lado, esto implica que la acción confesada es un acto malvado, susceptible de castigo... un crimen, en el sentido más amplio de la palabra. Por otro lado, implica que algo puede ganarse mediante el reconocimiento del acto reprensible. Así, la confesión se convierte en una vía privilegiada hacia la verdad. Cuando se aplica al discurso sexual, el modelo de la confesión dispone que, cuando el pecador arrepentido admite la verdad de sus desviaciones, encuentra en este acto algún tipo de liberación. De ahí que la confesión se haya convertido en una de las técnicas más valoradas en el Occidente para la producción de la verdad: los  hombres y las mujeres occidentales son, tal como les califica Foucault, animales de confesión.

La importancia de la vinculación entre la sexualidad y el confesionario reside en que, al postular la idea de que el discurso sexual de alguna manera revela la verdad, al propio tiempo le convierte en una fuente de identidad. El  sexo supuestamente encierra la última verdad sobre nuestra persona (aquéllo que, en principio, permanece oculto a los demás) y, en este sentido, nos ofrece una mirada sobre nuestra más profunda e íntima realidad.

La confesión de Ricky Martin se inscribe en este marco inquisitorial, aún cuando sus protagonistas hoy en día sean asaz distintos. Actualmente, el ojo público de los paparazzi ha sustituido el rigor de los confesionarios... pero los efectos en uno y otro caso no son tan distintos. La llamada prensa del corazón, en última instancia, es un instrumento de comunicación social del ideario conservador:  a pesar de su aparente condescendencia con los libertinos de todo cuño, esta nueva Inquisición transmite al público un pliego de acusaciones encubierto, encaminado a poner en marcha los vetustos mecanismos de la condena social enraizados en las difusas nociones tradicionales sobre la virtud y el pecado. La lógica que norma a esta variante posmoderna de la confesión es impecable: la "transgresión" alimenta el escándalo, y el escándalo conviene a los índices de audiencia.

No debe extrañarnos entonces que Ricky Martin haya permanecido durante tanto tiempo en el armario, tal como se dice coloquialmente. Los personajes públicos cuya vida no se rige por los cánones del prejuicio ambiental acaban por verse forzados a sobrellevar una vida moral desdoblada: la autenticidad a la sombra, la moralidad rutinaria a la luz del día. Ahora que Martin ha hecho pública su preferencia, si realmente aspiramos a construir un mundo en que sea posible la igual libertad de todos, quizás nos competa guardar silencio. No sólo en el caso del cantante puertorriqueño, sino en el de todos aquéllos que se encuentren en su situación, cabe recordar que, como apunta John Stuart Mill en On Liberty, «la única parte de la conducta de cada uno por la que es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás», porque «sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano» y «su independencia es, de derecho, absoluta». Las acciones privadas de cada agente moral sólo atañen a su conciencia: a resultas de ello, sobre las prácticas sexuales entre adultos que consienten y aceptan realizarlas, sin dañar a terceros, los demás no tenemos nada que decir. Y punto en boca.

5 comentarios:

  1. Mientras el punto en boca no sea como la bolita roja abrochada con cinturón como las que pone Tarantino a los personajes de Marsellus Wallace (Ving Rhames) y Butch (Bruce Willis)...

    Después de todo, a lo Kant, we all know it in our hearts....

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  2. Hola Mago, me ha gustado mucho tu artículo, interesante sin embargo quería decirte que efectivamente la sexualidad representada en el deseo y las pulsiones de la carne ha representado un comportamiento que controlar, exaltando el espíritu en detrimento de la carne, esto ha establecido un orden que en las sociedad industrial fue secularizada y llevada al plano de lo privado, en este sentido es cuando te pregunto, ¿no podría hoy llevar la sexualidad al campo de lo público una forma de resistencia a estos modelos secularizados?, tal vez la confesión en un indio puede efectivamente ubicarse en el plano inquisitorial, pero al mismo tiempo es una forma de cambiar el orden.

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  3. ¡Víctor! ¡Siempre tan optimista en tus premisas antropológicas! Ojalá, amigo, ojalá supiéramos en el fondo de nuestro corazón cómo obrar correctamente en toda ocasión. El problema está en que en muchas ocasiones no lo sabemos y, cuando tenemos alguna vaga idea sobre cómo conducirnos para hacer de este mundo un lugar medianamente habitable, a menudo el itinerario que debe seguir nuestra acción para alcanzar este fin resulta ser incómodo, poco lucrativo o incluso terriblemente difícil. Y optamos entonces por lo contrario: lo cómodo, lo redituable, lo fácil. Acuérdate de aquella sentencia que el propio Kant escribiera en sus "Ideas para una historia universal en clave cosmopolita" (recogida posteriormente por Isaiah Berlin para titular alguna de sus colecciones de ensayos): "Aus so krummem Holze, als woraus der Mensch gemacht ist, kann nichts ganz Gerades gezimmert werden". Del torcido fuste del que la humanidad está hecha, nada recto puede salir... salvo, habremos de añadir nosotros (siempre que estés de acuerdo conmigo) que nos esforcemos en transformar las cosas: en embellecer el mundo, con la luz del entendimiento acompañando la buena voluntad de nuestro corazón.

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  4. ¡Hola, Mundo Digital!

    Gracias por tu comentario. La cuestión que planteas es ciertamente interesante. Voy a dar un pequeño rodeo para abordarla: verás, me parece que nos encontramos al principio de un proceso que hará perder sentido a la diferenciación de género. En cierta medida, se trata de algo similar a lo que representó la transformación de la religión, que antaño constituía un fenómeno público decisivo, y hoy es una cuestión atinente únicamente a la conciencia individual. En el Estado aconfesional (supuestamente) el profesar una religión u otra (o ninguna) entra en el ámbito de libertad de cada sujeto, pero no determina la distribución de bienes y derechos en la sociedad. Igualmente, en un Estado realmente libre en materia sexual, cada ciudadano podrá elegir apariencias y formas de comportamiento sin que norma (moral) alguna asigne autoritativamente masculinidad o feminidad y, menos aún, sin que a la respectiva condición se asocien estatutos jurídicos diversos. El problema, creo yo, reside en que aún el día de hoy, tanto el estatuto social masculino (con sus poderes y deberes) como el femenino (igualmente con sus poderes y deberes) ha estado vinculado a la respectiva condición heterosexual, de modo que la homosexualidad queda encapsulada en tierra de nadie, por fuera de la imputación de roles y catalogada, por "atípica", como disfuncional. Así, tal como señalas, es probable que, cuanto más "visible" sea la homosexualidad, tanto más se aminorará también la importancia socialmente otorgada a las prácticas sexuales diferenciadas y regladas. Pero para ello, pienso yo, es preciso denunciar las auténticas ordalías publicitarias orquestadas por la "prensa del corazón" (o "de las entrañas", como le ha bautizado una amiga), cuyo empleo del discurso sobre el sexo únicamente fortalece las añejas formas conservadoras (piensa, por ejemplo, en la manera como se regodean las tertulias "del corazón" sobre las "infidelidades" de los famosos y las famosas... no pretenden liberar sino, por el contrario, escandalizar para reafianzar los valores tradicionales).

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  5. Hola Mago, pues comprendo, por cierto al margen de esta discusión veo que tu perfil dice que vives en Aranjuez, ¿es cierto esto? porque yo también, no se, tal vez podríamos compartir fuera de la red palabras utopicas comunes o no comunes salud mi correo es adrianacely@yahoo.es salud

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