viernes, 19 de noviembre de 2010

A Vueltas con el Bicentenario

Últimas noticias. Esta semana, la revista digital fronterad ha publicado un ensayo de mi autoría en el que abordo el bicentenario de los procesos de independencia en Iberoamérica. Si alguno de los visitantes de este blog está interesado en tales cuestiones, le exhorto a que eche un vistazo a «"La Tempestad" sobre Ultramar: Memorias de un Bicentenario criollo». Ya me dirán mis (abandonados) lectores qué les parece el artículo de marras...

lunes, 18 de octubre de 2010

La Huelga General

Apenas han pasado tres semanas desde la huelga general convocada por los sindicatos españoles en contra de una reforma laboral leonina que, sin embargo, no llegó a provocar reacción alguna en la clase trabajadora desde el preciso momento en que fue anunciada o, cuando menos, antes de que fuera iniciado su trámite parlamentario (tema que abordé previamente en este mismo blog, aquí y aquí, cuando en el mes de junio me dediqué por algunas semanas a despotricar contra el campeonato mundial de fútbol celebrado en Sudáfrica). Hoy, tal pareciera que nadie recuerda la gesta heroica que los trabajadores españoles emprendieron el pasado 29 de septiembre. ¿Cuáles serán las causas de este olvido repentino y aparentemente prematuro? Me atrevo a aventurar una hipótesis que sirva como respuesta tentativa a esta interrogante: porque, amén de haberse programado tardíamente, una sola jornada de huelga es insuficiente para forzar cambio alguno en la situación actual.

Hubo una época (me parece que esta expresión levanta murmullos extrañados y escépticos entre los lectores más jóvenes: en efecto, el mundo existía antes de su nacimiento) en que la huelga general fue considerada una opción estratégica idónea para finiquitar el capitalismo y la desigualdad en éste que se funda. Primero contó con el beneplácito de las huestes anarquistas y, posteriormente, con la entusiasta adhesión de los grupos socialistas más radicales entre aquéllos que formaron parte de la Segunda Internacional. Hacia agosto de 1906, en efecto, la teórica marxista Rosa Luxemburgo (transliteración castellana del nombre polaco Róża Luksemburg) redactó en Kuokala, Finlandia, el célebre folleto titulado Huelga de Masas, Partido y Sindicatos, en el que pretende educar a los trabajadores alemanes en el ejercicio revolucionario del derecho de huelga a partir de la experiencia de los sindicatos rusos. Luxemburgo concibe la huelga general como «un fenómeno [...] variable que refleja todas las fases de la lucha política y económica, todas las etapas y factores que intervienen en la revolución», y aún llega a afirmar que, lejos de representar «un método artesanal descubierto por un razonamiento sutil», esta variante de la huelga constituye «el método de movimiento de la masa proletaria, la forma fenoménica de la lucha proletaria en la revolución». Dicho brevemente: para Luxemburgo, huelga general y lucha obrera son una y la misma cosa.

Aunque la ortodoxia marxista de Luxemburgo le llevó a intentar distanciarse de los anarquistas en su folleto, lo cierto es que su caracterización de la huelga general no es totalmente ajena a éstos. Tanto Luxemburgo como los anarquistas imaginaban que, llegada la fecha convenida para la huelga, la totalidad de los trabajadores dejarían el trabajo durante un periodo más o menos largo, obligando así a las clases poseedoras a darse por vencidas o a atacar a los obreros, con lo cual darían a éstos el derecho a defenderse y a derribar, aprovechando la ocasión, las inicuas estructuras socioeconómicas que sostienen al sistema capitalista de producción. No debe extrañarnos entonces el atractivo que la huelga general ha ejercido tradicionalmente en el imaginario de la izquierda. Jack London dramatizó este proyecto revolucionario en dos relatos: un cuento titulado The Dream of Debs (en clara alusión a Eugene Victor Debs, miembro fundador de Industrial Workers of the World y candidato presidencial del Socialist Party of America en varias ocasiones) y el capítulo XIII de su novela The Iron Heel, que lleva por título, precisamente, «The General Strike». Ciertamente, en ninguno de los dos casos resulta apetecible la perspectiva de formar parte de la oligarquía capitalista, así sea en la ficción, una vez que la huelga general ha sido puesta en marcha.

Por supuesto, en los tiempos que corren difícilmente podemos imaginar a Cándido Méndez o a Ignacio Fernández Toxo llamando al asalto de La Moncloa o a levantar barricadas en torno al Palacio de la Zarzuela. Ahora (aunque con la crisis que está cayendo, quién sabe hasta cuando) están al uso estrategias huelguísticas más modestas, que mantengan en su sitio los elementos clave del tinglado capitalista. No obstante, cabría esperar razonablemente que los principales sindicatos españoles hubiesen convocado a la huelga general antes del trámite parlamentario de la reforma propuesta por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (insisto en este punto) o que,  cuando menos, no limitaran las protestas a una sola jornada laboral. Como muestra de que la oposición a la susodicha reforma pudo gestionarse de otra manera, ahí tenemos el caso francés. A la fecha, ya son ocho las huelgas a las que ha tenido que hacer frente el gobierno del presidente Nicolas Sarkozy en lo que va de año como respuesta a sus planes de ajuste y su proyecto de endurecimiento de la normativa laboral. La última, en marcha desde el pasado 12 de octubre, ha contado con la adhesión de multitud de sectores (incluidos los estudiantes) y se renueva desde entonces cada 24 horas, sin fecha de caducidad establecida. Esta huelga reivindica la retirada de un proyecto de ley que se debate actualmente en el Senado y que pretende retrasar la edad legal de jubilación de 60 a 62 años, y la edad a la que debe jubilarse un trabajador que no haya cotizado el tiempo necesario para cobrar la pensión entera, de 65 a 67 años.

El potencial vindicativo que reviste aún hoy en día la huelga general puede resumirse en el razonamiento de un viejo sindicalista francés de La Poste que, plantado en medio del Boulevard du Temple, señalaba el pasado viernes a un periodista del diario El País: «Si paralizamos el país, Sarkozy cederá. Si no, no». Así como Rosa Luxemburgo recomendaba a los obreros alemanes seguir el ejemplo de sus compañeros rusos, quizás los trabajadores españoles puedan aprender algo de los acontecimientos que ahora mismo tienen lugar al otro lado de los Pirineos: la huelga en Francia no se olvidará al cabo de pocas semanas, sencillamente, porque los sindicatos y los trabajadores de aquel país se han tomado en serio su confrontación con la administración de Nicolas Sarkozy. Aquellas cosas que valen la pena en esta vida no se consiguen en un solo día; la defensa de los derechos por regla general exige más de 24 horas. Otro mundo es posible, pero no podremos acceder a él sin sacrificio.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Crudo Bicentenario

Toca abordar el tema mexicano una vez más: la semana pasada finalmente llegaron a su clímax los faraónicos festejos del Bicentenario de la Independencia. El saldo: según los datos provistos por el propio Gobierno Federal, 700 millones de pesos (aproximadamente 41,391,013 de euros) fueron alegremente invertidos en banderitas, vestimentas típicas, carros alegóricos, artistas, juegos pirotécnicos, iluminación callejera y demás parafernalia festiva, que generosamente fructificaron en 518 toneladas de basura (sólo en la Ciudad de México). La magnitud del dispendio es apreciable comparando algunas cifras:  tal como hace notar el sitio web significativamente titulado El Aguafiestas del Bicentenario (según el cual el gasto en las fiestas del Bicentenario alcanzó la astronómica cifra de 2,971,600,000 pesos), el dinero destinado al Fideicomiso Bicentenario hubiese bastado para cubrir algunos de los recortes presupuestales más significativos en el presente ejercicio fiscal: por ejemplo, 812 millones de pesos en materia de ciencia y tecnología, o 450 millones de pesos para la alfabetización de los adultos. Del mismo modo, esos recursos pudieron emplearse para cubrir algunas deficiencias seculares del Estado social mexicano: apenas 250 millones de pesos fueron destinados al Fondo de Apoyo a Grupos Vulnerables. El Bicentenario ciertamente sabe a novela de realismo mágico, pero sin magia: sólo un recuento de derroche absurdo. Si a ello sumamos la situación de violencia e inseguridad que vive el país, no debe extrañarnos que el tradicional "Grito de Dolores" (ceremonia que conmemora el inicio de la lucha independentista) haya sido sustituido con un grito de dolor... a secas.


Dejando a un lado la sorprendente capacidad de autocrítica (o absoluta ausencia de comprensión del discurso) del Gobierno de la Ciudad de México, que ha puesto su sello en este vídeo sin considerar que temas como la gestión de la basura o la seguridad en las instalaciones del metro entran en su propia órbita de competencias, quizás valiera la pena atender a la iracunda voz de Perla no tanto para echar en cara al mal gobierno lo que es evidente, sino para reflexionar sobre lo que significa ser soberano o, dicho en otro términos, formar parte activa del demos y así ejercer nuestra cuota de libertad republicana. Los festejos del Bicentenario simplemente han perpetuado el legado del nacionalismo revolucionario (otra prueba del fracaso de la triste transición panista), pero la indignación que han despertado igualmente anuncia el agotamiento de la ideología que cimentó al Estado mexicano durante gran parte del siglo XX. Es cierto que aún abundan los mexicanos inclinados a la borrachera del dieciséis de septiembre (máxime cuando viene aderezada con efluvios de Bicentenario); a los gestos marciales ante la bandera o al llanto porque no tengo trono ni reina, pero sigo siendo el Rey. También lo es que son muy pocos los dispuestos a participar en las agrupaciones vecinales de su comunidad o, sin ir más lejos, a cumplir con el deber ciudadano de votar cada vez que se celebran elecciones. No obstante, el reclamo de Perla nos hace ver que las cosas han comenzado a cambiar...

Si nos tomamos en serio el grito de Perla, habremos de reconocer que el lenguaje nacionalista de singularidad, unicidad y homogeneidad ya nada puede ofrecer al pueblo mexicano. Ahora más que nunca es indispensable recuperar –o, mejor dicho, recrear- las voces del patriotismo. Históricamente, la tradición patriótica ha proclamado que, para sobrevivir y prosperar, la libertad política necesita virtud cívica, esto es, ciudadanos  capaces de comprometerse con el bien común, dispuestos a defender los derechos de todos y de cada uno. Ciudadanos menos interesados en sus propios asuntos y más entregados, en cambio, al amor –no exagero en el empleo de este término- que exigen las instituciones democráticas.

El redescubrimiento de la patria indudablemente se expresa mejor en el lenguaje de las emociones y la pasión: cariño a los lugares plenos de recuerdos y esperanzas, querencia de las personas que consideramos cercanas a nuestro proyecto de vida. Amor a la libertad que preserva la dignidad de unos y otras. Amor, en fin, a las instituciones democráticas, pero no en un sentido abstracto, sino a aquéllas que han sido construidas en un contexto histórico concreto y que están ligadas a nuestra cultura, a nuestro entorno particular. Y, no obstante, pese a que se trata de un amor concreto y particular, dado su objeto –la libertad y las instituciones que la hacen posible-, desapegado de la necesidad de homogeneidad cultural, social, religiosa, lingüística o étnica que ordinariamente reivindican los nacionalismos. En suma, un amor particular, pero no exclusivo: el amor a la libertad común de nuestro pueblo fácilmente trasciende las fronteras nacionales y se transforma en solidaridad, en repudio a cualquier forma de opresión.

El vetusto nacionalismo sólo nos ha podido ofrecer un crudo bicentenario, deshonrado con cuotas insultantes de desigualdad. Quien pretenda amar a México haría bien en despojarse del velo nacionalista que conduce al engreimiento necio por su “originalidad” (aquel como México no hay dos que tantos descalabros trae aparejados) para, en cambio, fijar sus miras en lo mejor de su historia, en aquellos momentos brillantes en que ha aportado lo mejor de sí en la construcción de un mundo más justo y libre. Así, armado con el cristal de aumento del patriotismo podría admirar con otros ojos aquel acto inaugural del Congreso de Chilpancingo –celebrado el 14 de septiembre de 1813-, en que don José María Morelos y Pavón leyó ante la concurrencia el famoso documento conocido con el nombre de Sentimientos de la Nación, cuyo numeral duodécimo establece lo siguiente:


Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto.

Desde una perspectiva patriótica, la promesa de igual libertad formulada por Morelos es la única grandeza que legítimamente podría reivindicar la República Mexicana. No obstante, dos siglos después de consumada la independencia, debemos reconocer avergonzados que no hemos conseguido “moderar la opulencia y la indigencia”, ni “aumentar el jornal del pobre”. El patriotismo mexicano, en efecto, no tiene más remedio que partir de una realidad incontestable: en México, la república –o la libertad común, de todos y para todos- aún no se ha instaurado plenamente. Quienes, como Perla, cuestionaron el festejo del Bicentenario tenían razón: no hay, al día de hoy, motivos para festejar una libertad republicana inexistente. Sin embargo, esto no significa que todo esté perdido: para quienes verdaderamente amen a México, la indignación siempre puede dar paso a la acción liberadora.

martes, 7 de septiembre de 2010

Política Descafeinada

Han pasado más de dos meses desde la última vez que apunté algo en el blog. Tras un verano que, por razones personales (en los próximos meses me veré obligado a abandonar España y mudarme a Canadá) y culturales (el verano español es poco propicio para emprender cualquier tipo de esfuerzo, sea éste físico o mental) he pasado sumergido en absoluta indigencia intelectual, finalmente he sacudido las telarañas que cubrían mis neuronas y heme aquí de vuelta, con ojos como platos ante los torcidos derroteros por los que se han despeñado las libertades públicas en el Viejo Continente.

El escándalo reviste con oropeles de novedad el suceso viejo que me dispongo a comentar en las siguientes líneas. El pasado 26 de abril, el Consejo de la Unión Europea reunido en Luxemburgo aprobó el Documento 8570/10, titulado «Proyecto de Conclusiones del Consejo sobre la Utilización de un Instrumento Estandarizado, Multidimensional y Semiestructurado de Recogida de Datos e Información Relativos a los Procesos de Radicalización en la UE». La iniciativa forma parte de la estrategia de prevención del terrorismo en Europa. Sin embargo, el documento no restringe la vigilancia policial a los supuestos de presunta actividad terrorista, sino que la extiende sobre cualquier individuo o grupo sospechoso de haberse radicalizado. Conforme a dicho texto, la Unión Europea (UE) dará seguimiento a los «procesos de radicalización» mediante la vigilancia de «agentes» que mantienen «actitudes radicales» y que, consecuentemente (o, mejor dicho, según suponen quienes le redactaron), contribuyen a la radicalización de otras personas. Tales actitudes son definidas como posturas de «extrema izquierda o derecha, nacionalistas, religiosas o antiglobalización».

Previamente, en marzo de este año fue acordado el documento 7984/10, cuyo objetivo consiste en recomendar el almacenamiento de «datos sobre la radicalización violenta». Este documento clasificado fue recientemente publicado por la ONG Statewatch. En términos similares al 8570/10, propone la vigilancia de los radicales «violentos». La naturaleza jurídica de ambos documentos resulta sumamente opaca, ya que su carácter es sólo orientativo. No son directivas que los Estados miembros de la UE tengan que poner en práctica obligatoriamente. Como meras propuestas, tampoco están sometidos al debate y a la aprobación del Parlamento Europeo, con los correspondientes controles jurídicos y políticos que vinculan al proceso legislativo.

El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia define la voz radical, en primerísimo término, como un adjetivo que indica aquéllo «perteneciente o relativo a la raíz». En términos políticos, por tanto, radical es todo aquel que: 1) pretende transformar las estructuras sociales o políticas vigentes desde sus propios fundamentos; y 2) aspira a realizar los principios que inspiran su visión de la comunidad política hasta sus últimas consecuencias. Históricamente, el radicalismo ha encontrado expresión en una tradición de pensamiento político que recoge nombres tan relevantes como los de Thomas Paine, Mary Wollstonecraft, Jeremy Bentham y James Mill en el ámbito angloamericano; o Alexandre Auguste Ledru-Rollin y Louis Blanc entre los francófonos. Grosso modo, bajo la bandera radical se han agrupado quienes comparten convicciones republicanas con fuerte impronta democrática y que, consecuentemente, abogan por la liberación del individuo de cualesquiera formas injustas de dominación a la par que promueven su efectiva participación en las decisiones colectivas, por ejemplo, mediante el sufragio universal, la libertad de prensa y los derechos de reunión y asociación.

Resulta significativo que, en los tiempos que corren, ni los radicales ni la radicalización tengan cabida en Europa. Habrá que andarse con cuidado si, pongamos por ejemplo (un planteamiento meramente hipotético, por supuesto... no quisiera que me tachen de radical), en un momento de despiste se nos ocurre opinar en voz alta que quizás las cosas le irían mejor a España bajo una constitución republicana y federal; o que la política de inmigración instrumentada por el gobierno de Nicolas Sarkozy puede indistintamente calificarse como racista, xenófoba e incluso violatoria de las normas fundamentales que rigen la Unión Europea; o que el historial judicial de Silvio Berlusconi (aunque ud. no lo crea, es posible disponer con cierto detalle de esta información en Wikipedia) parece más digno de un jefe de la mafia que del Primer Ministro de Italia. Tales ideas disolventes sin duda promueven la radicalización de otras personas y, en este tenor, pueden motivar una justificada suspicacia policial en este lado del Atlántico. Bajo la sombra de los documentos 7984/10 y 8570/10, la política sólo podrá tomarse descafeinada... para protección de su salud y su seguridad, por supuesto, querido(a) lector(a): por el momento (y hasta nuevo aviso), las autoridades europeas le preservarán de las radicales (y peligrosas) utopías. 

domingo, 18 de julio de 2010

Los Domingos son para Güilson

Presento a mis gentiles lectores y lectoras uno de los personajes favoritos de mi adolescencia: Güilson, dios de la Güeva. Güilson es una mole amarilla nacida del ingenio de Falcón -caricaturista del desaparecido diario mexicano El Nacional- que domingo tras domingo, desde las páginas de El Cascajo, se desparramaba, incontenible, sobre los hombros de todos aquéllos que súblitamente eran asaltados por un ataque de pereza (esto es, flojera, galbana, fiaca... o simplemente hueva que, pasada por la irrevencia ortográfica de Falcón, resulta transformada en güeva) ante el despliegue de toda índole de situaciones kitsch, pretenciosas o falsamente solemnes. ¿Cómo olvidar el inefable coro celestial de Güilson, encabezado por Richard Clayderman? ¿o su súbita aparición cuando era invocado con aquel lugar común que distingue a México como un lugar surrealista? ¿o su inevitable presencia en los discursos que las autoridades docentes prodigan en cualquier graduación?...

Por derecho propio, los domingos son días que pertenecen a Güilson. Debo reconocer que yo no suelo recibir su visita dominical... imagino que debido a ello frecuentemente me visita el Dr. Stress, archienemigo de Güilson que, según Falcón, aparece cuando se desatiende tres veces seguidas el llamado de la güeva. Hoy, sin embargo, no es éste el caso. Hoy me visita Güilson, y he decidido agasajar a mi invitado.





¡Hasta la próxima semana!

sábado, 17 de julio de 2010

Crónica Musical de un Doctorado

Quienquiera que haya entrado en el blog a lo largo de las últimas semanas habrá advertido que estaba francamente descuidado y acumulando polvo desde el pasado 30 de junio. Un efecto colateral del verano español, aderezado este año con temperaturas que algunos días han superado los cuarenta grados a la sombra. Esta mañana, empero, mi pereza mental se ha visto sacudida y despejada a la vista de la maravillosa creatividad desplegada por un grupo de jóvenes investigadores de la Universitat de Barcelona, quienes han colgado en YouTube un musical paródico titulado «La Tesis», cuya trama aborda los goces y desventuras que trae aparejada toda aventura doctoral.

Idealmente, al igual que los hieráticos científicos de la New Atlantis proyectada por Francis Bacon (1561-1626), quien decide embarcarse en un doctorado debería contar con la vocación y los medios para contribuir al «conocimiento de las causas y secretas mociones de las cosas, y el engrandecimiento de los límites de la mente humana para la realización de todas las cosas posibles» (Three Early Modern Utopias, edición de Susan Bruce, Oxford, Oxford University Press, p. 177). Las realidades universitarias, empero, distan enormemente de la utopía baconiana, tan vieja y tan actual como la aspiración de la transformación benévola e ilustrada de la sociedad por medios científicos. Sirvan como ácido diagnóstico de la crisis que atraviesa la universidad los seis episodios en que se divide «La Tesis». Si, después de verlos, mis amables lectoras y lectores experimentan una tensa indecisión entre la sonora carcajada y el llanto desconsolado... no se preocupen, significa que no han perdido la cordura.


Primer Episodio: La Decisión



Segundo Episodio: La Financiación



Tercer Episodio: La Ilusión



Cuarto Episodio: La Estancia (en catalán)



Quinto Episodio: La Histeria



Sexto Episodio: La Escritura



PD. Para el caso en que, aún después de estos vídeos, alguien lo dude... en efecto, es probable que cursar un doctorado no sea la mejor decisión financiera que un individuo pueda tomar en su vida. Quien aspire a ser rico, que se dedique a banquero (o, cuando menos, que asegure el título doctoral en la Ivy League). Pero, como afirmara Galileo Galilei en su célebre Terza Lettera circa le Macchie Solari: «en la ciencia, la autoridad de miles de opiniones no vale lo que la chispa de razón en una sola persona». Eppur si muove: la belleza y la dignidad del conocimiento, bien valen los desengaños doctorales.

martes, 29 de junio de 2010

El Teatro del Mundo: La Piedra Viviente

Catedral de Santiago de Compostela, Porta Santa (Detalle)


¡Quién tuviera el don de ablandar la piedra fría, y obsequiarle así espíritu, aliento y mirada milenaria!

miércoles, 23 de junio de 2010

Nacionalismo (Futbolístico) sin Patriotismo

Entre los titulares de la edición digital del diario mexicano El Universal  del día de hoy destaca uno que me ha llamado poderosamente la atención: el cronista deportivo José Ramón Fernández declara que no es un «traidor a la patria» (sic) por haber aventurado pronósticos pesimistas respecto al desempeño de la selección mexicana en el Mundial de Fútbol disputado en Sudáfrica. Fernández advirtió que el público le percibe como un «antipatriota» privado de amor por México y argumentó que, pese a su postura crítica respecto al desempeño del equipo que ostenta la representación nacional, es tan «mexicano como todos».

El Universal no se ha conformado con divulgar el manifiesto patriótico de Fernández: en cambio, ha convocado una auténtica provocatio ad populum (bajo la modalidad contemporánea de un foro en línea) con el propósito de explorar las penumbras extranjerizantes del alma del locutor y así establecer la autenticidad de su adhesión a las esencias de la mexicanidad. «¿Joserra es un antipatriota, o sólo dice a verdad?», pregunta con encomiable objetividad inquisitorial (perdón... quise decir periodística) El Universal a sus lectores. Por supuesto, eclipsada la manía de conquista suscitada por la victoria de la selección mexicana frente al conjunto francés tras la derrota del día de ayer, la mayoría de las respuestas incursiona en la lamentación que se escabulle de la primera persona del plural («la verdad duele, la selección está en manos de una mafia, Aguirre es una vergüenza»... ¡cuán efímeros son los goces del ganamos!), pero también hay quienes sin rubor alguno arrojaron sobre Fernández la infamante acusación de malinchismo que, según el Diccionario de la Real Academia, consiste en la «actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio» («¡Joserra es un criollo, es un amargado que admira a España, que se largue si no le gusta México!»).

El nacionalismo aderezado con el fútbol (¿o será al vésre?) conduce a peligrosos desatinos. En El Humor de Borges (Lectorum, 2008), Roberto Alifano recoge una conversación con el escritor sobre dicho deporte. «Yo no entiendo cómo se hizo tan popular el fútbol», confiesa Borges, y a continuación enumera las razones de su perplejidad: «[Es] un deporte innoble, agresivo, desagradable y meramente comercial, que interesa menos como deporte que como generador de fanatismo». En este mismo tenor, Borges apostilla con relación a sus implicaciones políticas: «El fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así».

¿Qué es, entonces, lo que el fútbol ofrece a su público masivo? Aunque la reflexión de Borges trasciende fronteras y banderas, más de siete décadas de nacionalismo revolucionario en México (asumidas cómodamente por todos los partidos políticos mayoritarios, que reivindican el amor a la nación como coartada perfecta para toda suerte de chanchullos y atropellos) han constituido en una virtud la expresión agresiva y autocomplaciente de esa abstracción llamada mexicanidad. El fútbol simplemente presta el escenario para representar ritualmente la identidad nacional. Soy Mexicano: ergo, mi destino glorioso se juega en los terrenos de la CONCACAF o el Mundial. Desde que tengo uso de memoria, cada campeonato internacional de fútbol ha servido para revestir con falso orgullo la incertidumbre ubicua: durante escasos días, el sentimiento triunfalista opaca las realidades de la frágil economía, la democracia deficiente o las desigualdades sociales irresolutas. Cada partido jugado por la selección reinventa el contrato social, y constituye a quienes pintan su rostro con fervor trigarante (o, como se diría en los días que corren, en que la televisión es sólido reemplazo de la historia, tricolor) en  ciudadanos perfectos cuya conciencia cívica, paradójicamente, ha alcanzado la sabiduría cosmopolita de la cosmética (desfilan ante mi malinchista memoria los hinchas de Holanda con el rostro pintado en tonos anaranjados, los brasileños con las mejillas coloreadas en verde y amarillo, los ingleses con la cruz de San Jorge estampada en la frente... y así sucesivamente).

Si cuestiono el nacionalismo es porque necesariamente se nutre del espíritu de rivalidad, el egoísmo y el afán de dominio. Al igual que George Orwell, entiendo por nacionalismo, primero, «el hábito de asumir que los seres humanos pueden ser clasificados como insectos y que bloques enteros de millones o decenas de millones de personas pueden ser etiquetados confiadamente como "buenos" o "malos"» y, segundo (lo que es más grave aún), «el hábito de identificarse a uno mismo con una sola nación o unidad similar, colocándole más allá del bien y del mal y no reconociendo otro deber que promover sus intereses» («Notes on Nationalism», Polemic: A Magazine of Philosophy, Psychology & Aesthetics, Núm. 1, Octubre de 1945). Dicho brevemente: el nacionalismo es el amor, sin contrastes ni fisuras, por la cultura propia. Por consiguiente, el discurso nacionalista tenderá a excluir de la Nación a quienes no compartan nuestras condiciones geográficas, nuestra historia, nuestro lenguaje y nuestras costumbres. Los nacionalistas sólo son leales a sí mismos: ¡desdichados quienes no sean aceptados dentro de las difusas lindes de la Nación!

Soy consciente de los riesgos que asumo, entonces, al manifestar mi solidaridad con el denostado Joserra e incluso, en el colmo del malinchismo traidor, calificar al equipo tricolor como un placebo mercadotécnico para patriotas de pacotilla dispuestos a encuadrarse en el molde único del imperativo grito de gol o su opuesto, el gesto y la canción revanchistas. Podrá parecer increíble, pero el amor a la patria no nació con Pique en el Mundial de 1986, y ni siquiera (¡ay, hereje, dilo de una vez!) fue inventado por los próceres mexicanos ubicuos en los discursos públicos y las lecciones escolares de civismo: Hidalgo, Morelos, Juárez, Zaragoza o Zapata.

Ya en las Disputaciones Tusculanas, el jurista romano Marco Tulio Cicerón (106 a. C. - 43 a. C.) relaciona la patria con la lucha por las leyes y por la libertad civil (IV, 43). En la tradición del republicanismo clásico, por tanto, el amor a la patria es aquel afecto que inspira a los ciudadanos a servir al bien común. Sobre esta base, varios siglos después Niccolò Machiavelli (1469-1527) cimentaría idealmente la virtud cívica en el amor a la libertad pública y las leyes que la protegen. Para Machiavelli, el amor a la patria entraña el apego a la vida en libertad (vivire libero), que nos faculta para perseguir nuestros propios fines sin que nuestros derechos sean infringidos o nuestros proyectos legítimos obstaculizados por individuos poderosos y arrogantes. La patria merece nuestro amor en tanto nos permite «gozar de los bienes sin temor, no dudar del honor de la esposa [o esposo, habremos de añadir nosotros... qué se le va a hacer, eran otros tiempos] o de los hijos, o no temer por nosotros mismos» (Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, I, 16). Patria y libertad, en suma, son para Machiavelli una y la misma cosa, absolutamente ajena a la homogeneidad cultural o linguística (y, por supuesto, a las selecciones de fútbol).

El pueblo romano, sostiene Machiavelli, constituye un ejemplo para la posteridad porque fue virtuoso y civilizado. Según Machiavelli, los romanos amaban tanto su libertad que no permitieron que les fuera arrebatada por persona alguna, pero en igual medida cumplían voluntariamente las leyes que eran condición de aquélla, y obedecían a los magistrados encargados de aplicarlas (Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio, I, 58). Del mismo modo, odiaban la servidumbre pero, mientras vivieron bajo el régimen republicano, no tuvieron ningún deseo de oprimir o avasallar a otros pueblos. Tales son los límites del patriotismo: Machiavelli considera que nuestro deber hacia la patria termina en cuanto la libertad que le dota de sentido es traicionada. Así, apunta en la Istorie Fiorentine las siguientes palabras, que atribuye Rinaldo degli Albizzi, enemigo acérrimo de Cósimo de Médicis:


«Me importará siempre bien poco el vivir en una ciudad donde las leyes tienen menos fuerza que los hombres. Sólo es apetecible una patria en la que uno pueda disfrutar tranquilamente con sus bienes y con sus amigos, no aquélla donde los bienes te pueden ser arrebatados sin dificultad y donde los amigos, por miedo de su propio mal, te abandonan cuando más los necesitas» (IV, 33).

¿En México, tienen las leyes más fuerza que la voluntad de los poderosos? ¿La justicia repara las afrentas sufridas por los humildes? ¿Es posible disfrutar, en libertad y sin temor alguno, la compañía de quienes amamos? Por otra parte, si estas condiciones de la vita libera son ajenas al espacio público, ¿qué sentido tienen las reivindicaciones agonísticas de la mexicanidad manifestadas en el apoyo fanático a la selección nacional, las lágrimas ostentosamente derramadas al son de los mariachis o la degustación de chiles en nogada el 16 de septiembre?

Sueño con el día en que la devoción a México trascienda las formas pueriles y ególatras del nacionalismo que exclusivamente aspira al engrandecimiento de un colectivo congregado en torno a la etnia, el lenguaje o el pasado histórico. Quizás algún día aprendamos a vivir bajo el patriotismo que rechaza el parroquialismo de la unicidad etnocultural para, en cambio, reconocer en la libertad de cada ciudadano la condición de la libertad de todos, y en la injusticia cometida contra uno de ellos el llamado a la solidaridad cívica que valerosamente hace frente a cualesquiera tentativas de opresión. Debo admitir, no obstante, que soy bastante pesimista a este respecto. El absurdo debate en torno a la calidad de la  mexicanidad ostentada por Joserra me permite prever que, durante mucho tiempo todavía, México pagará la libertad ausente con la moneda devaluada de la expectativa en que, de vez en cuando, en sus centros retiemble la tierra al sonoro rugido del gol.

lunes, 21 de junio de 2010

Entre José Saramago y Carlos Monsiváis

Tras una noche de absoluto insomnio que, para mi mala fortuna, coincide con el lunes que inaugura el verano (¡empiezo a notar el calor!), confieso que apenas poseo la coordinación indispensable para endulzar mis acostumbradas tazas de té vespertinas. Esta tarde, el ingenio parece absolutamente fuera de mi alcance. Pido disculpas, entonces, por mi total sumisión a la cursilería del lugar común cuando afirmo que, en este mes de junio, la república de las letras se ha vestido doblemente de luto: en una semana y con apenas un día de diferencia, murieron José Saramago y Carlos Monsiváis.

Mi insomnio no es excusa para pasar por alto estas ausencias. Sin embargo, tampoco lo es para redactar una esquela bloguera que no esté a la altura de las circunstancias. Opto, entonces, por una simple expresión de mi duelo personal por aquéllo que he amado en ambos escritores: Saramago, extrañaré tu estilo austero, tu compromiso solidario con los débiles, tu lúcida inquisición sobre los mitos fundacionales de Occidente (aunque L'Osservatore Romano pretenda polemizar con tus cenizas y, cobardemente, ahora que ya no puedes replicar, te tache de populista extremo e ideólogo antirreligioso). Monsiváis, extrañaré tu ironía brillante y tu mirada ácida sobre la sociedad mexicana, aunque igualmente seguiré criticando aquella tendencia tuya a rendirte sin reservas frente a las modas e ídolos coyunturales del parnaso progresista.

Entre Saramago y Monsiváis, mi identidad y mi futuro se tensan hasta prácticamente amenazar con el desgarro. Creo, como Saramago que «en la sociedad actual nos falta filosofía [...] necesitamos el trabajo de pensar» porque «sin ideas, no vamos a ninguna parte» (Otros Cuadernos de Saramago, Junio 18 de 2010). No obstante, también soy consciente de que mi flamante doctorado no entraña necesariamente una posibilidad real de contribuir a la justicia en este mundo, y mucho menos en México. El inconsciente me susurra con esa socarronería típica de Monsiváis: el intelectual latinoamericano up-to-date normalmente está «hastiado de las tenebrosidades y brumas del cubículo, y del tema de tesis explotado hasta la saciedad en congresos donde nadie escucha y todos se promueven», puesto que prefiere en cambio constituirse en «hombre [o mujer, habremos de añadir nosotros] de acción, que acumula conocimientos durante una década con tal de gobernar —en algún nivel— las dos siguientes». Quienes me han precedido en la carrera académica y ahora se han incorporado a la burocracia dorada en cualquiera de los tres poderes no dejarán de reconocer la amarga verdad denunciada por Monsiváis: ante la disyuntiva entre «las muchedumbres elitistas en la cumbre, o la plebe insolente en las calles», las horneadas de doctores (en España nos producen en serie, y por eso nuestros títulos están ligeramente devaluados frente a la auténtica élite procedente de la Ivy League) suelen tener claro que «el problema verdadero de México no es renegociar triunfalmente la deuda externa hasta el fin de los tiempos, ni la inútil existencia de la oposición, ni la sobreabundancia de nacos, sino algo realmente mágico: cada seis años sólo hay un Presidente». La pregunta del millón, entonces, es la siguiente: «¿Cómo es posible esa mezquindad, un solo Presidente si cada año terminan el posgrado cientos de jóvenes intelectuales dignos del cargo, y si en un país del Tercer Mundo, un puesto inferior a Presidente, es un nombramiento devaluado?» ("Para un cuadro de costumbres: De cultura y vida cotidiana en los ochentas", Cuadernos Políticos, número 57, México, mayo-agosto de 1989).

Me niego a convertirme en sujeto de las sátiras de Monsiváis. Dondequiera que me lleve la vida, y en un ejercicio de testaruda ingenuidad quizás inexcusable en los días que corren (la crisis suele ensañarse en primer término con la investigación en el ámbito de las ciencias sociales y las humanidades), elijo quedarme con la Universidad: con el pensamiento sosegado, con la docencia, con las ponencias y los artículos que, con toda probabilidad, muy pocos leerán. A pesar de sus intrigas cortesanas, me quedo con la Universidad porque, como apuntara Saramago, hoy más que nunca necesitamos la filosofía como espacio, lugar y método de reflexión. Y también porque es posible hacer filosofía (¡o, mejor aún, hacer Universidad!) bajo el severo imperativo ético definido por el propio escritor luso: «Las miserias del mundo están ahí, y sólo hay dos modos de reaccionar ante ellas: o entender que uno no tiene la culpa y por tanto encogerse de hombros y decir que no está en sus manos remediarlo —y esto es cierto—, o bien asumir que, aun cuando no está en nuestras manos resolverlo, hay que comportarnos como si así lo fuera» (Otros Cuadernos de Saramago, Junio 15 de 2010). Con toda buena fe estoy convencido de que esa actitud es, justamente, el combustible que requiere la construcción efectiva de la utopía aún bajo el imperio del capitalismo tardío.


José Saramago y Carlos Monsiváis (Acteal, México, marzo de 1998). Fotografía publicada en La Jornada en su edición del domingo 20 de junio de 2010.


jueves, 17 de junio de 2010

Si yo fuera un mandamás

Consumatum est.

En España, el gobierno ha abaratado el despido mediante decreto (aunque aún es preciso esperar al resultado del trámite parlamentario correspondiente para su convalidación definitiva). España, se dice, necesita una reforma que flexibilice el mercado laboral. Por alguna ignota razón, el debate se ha centrado en torno al coste del despido. Claro que, en un país donde el número de parados supera los cuatro millones, parece difícil convencer al público de que la escasez de empleo obedece primordialmente al hecho del elevado coste y dificultad del despido. Ya lo ven: cosas raras que le cruzan a uno por la loca cabecita.

Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, en México, Felipe Calderón finalmente ha explicado al público las razones de la política adoptada por su administración en materia de narcotráfico. El viernes 11 de junio, México vivió uno de los días más violentos del actual sexenio: 77 muertes relacionadas con el crimen organizado. El lunes 14, dicha cifra fue superada: 96 muertes. El pasado mes de mayo, 1,100 personas perdieron la vida en aras de la -ahora así llamada- lucha por la seguridad pública. Pese al escalofriante goteo de muerte y dolor que indican las cifras (desde que, en diciembre de 2006, Calderón iniciara su cruzada contra el narcotráfico, más de 22,000 personas han muerto de forma violenta en México), el presidente insiste en su retórica bélica: «El enemigo se puede vencer», afirma categórico, «y sé que unidos habremos de derrotarlo».

Los titulares de los periódicos de hoy, empero, atienden en buena medida a las expectativas que las selecciones nacionales de ambos países tienen para posicionarse favorablemente en el Mundial de fútbol. Que si España debe concretar más su juego frente a Honduras y Chile. Que si México está obligado a ganar a Francia. No cabe duda: si yo fuera un mandamás, me encantaría el fútbol (para que lo vieran los demás, de modo que yo pudiera ocuparme libremente de asuntos más interesantes).

¡¡¡Oeeeee-oeeeee-oeeeee!!!

lunes, 14 de junio de 2010

Docencia Gamberra

El pasado jueves 10 de junio, Ixtli Martínez, corresponsal en Oaxaca del noticiero radiofónico MVS (cuya primera edición conduce Carmen Aristegui) fue agredida con un arma de fuego al cubrir un enfrentamiento estudiantil en la escuela de derecho de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), misma que había permanecido ocupada a lo largo de tres semanas por un conjunto de estudiantes que exigía una revisión del plan de estudios. El día apuntado, otro grupo, aparentemente armado, intentó recuperar las instalaciones por la fuerza. Pese a que a la hora en que llegaron los reporteros de MVS al lugar de los hechos el choque entre ambos bandos había pasado su punto más álgido, Martínez se encontró cara a cara con un rufián que, a punto de disparar, se arrepintió de matarla cuando sus miradas se cruzaron. El sujeto bajó entonces el arma, apuntó a la pierna, y la hirió de gravedad en el fémur. El nombre del agresor es Salvador Hernández Bustamente (alias «El Taquero»), quien ya ha sido detenido e identificado como profesor de la aludida escuela de derecho.

Con la que está cayendo en el mundo entero, este suceso parece un mero entremés anecdótico digno de comentarse en la sobremesa y olvidarse después (con la evidente excepción de Ixtli Martínez y sus allegados, que sin duda recordarán aquella mañana durante el resto de sus días). Sin embargo, el hecho de que un profesor universitario (los periódicos mexicanos, en su habitual ignorancia del funcionamiento de la meritocracia docente, le llaman catedrático) se desenvuelva como un porro (o macarra, diríamos en España) empistolado en el campus donde desempeña sus funciones revela en forma particularmente preocupante la descomposición del tejido social en México.

El problema de seguridad ciudadana en México atañe a la articulación entre el poder y el Derecho. El poder, según le definió Thomas Hobbes, consiste en los medios presentes que posee una persona para obtener algún bien manifiesto futuro. A raíz de este carácter abierto hacia el porvenir, el poder es «creciente a medida que avanza; o como el movimiento de los cuerpos pesados, que cuanto más progresan tanto más rápidamente lo hacen» (Leviathan, Parte I, Capítulo X). No debe extrañarnos entonces que en el estado de naturaleza hobbesiano, ante la ausencia de un Derecho que imponga límites a los poderes de toda índole, prive una situación de guerra perpetua. Bellum omnium contra omnes, así describe Hobbes al estado de naturaleza, pre-político y pre-jurídico: no sólo una guerra, sino una guerra de todos contra todos (De Cive, Prefacio). Y no le falta razón. A diferencia de los poderes jurídicos constitucionalmente regulados, los poderes antijurídicos y extrajurídicos siempre han sido y serán tendencialmente absolutos.

El modelo de Estado de Derecho informado por los derechos humanos persigue precisamente atajar la guerra perpetua del estado de naturaleza descrito por Hobbes mediante la tutela de los débiles, como alternativa a la ley del más fuerte que rige o regiría en su ausencia. La protección de los más débiles es la piedra de toque del programa político que subyace a dicho modelo, cuyo principal objetivo reside en la perenne y gradual limitación de lo que Kant denominó, teniendo en mente el paradigma hobbesiano, poderes salvajes. «[M]iramos», escribe Kant en su opúsculo Sobre la Paz Perpetua, «con profundo desprecio el apego de los salvajes a la libertad sin ley, que prefiere la lucha continua a la sumisión a una fuerza legal determinable por ellos mismos, prefiriendo esa actuación a la hermosa libertad de los seres racionales». El prejuicio eurocéntrico inscrito en esta reflexión debe ser obviado para, en cambio, concentrarnos en el fondo del concepto propuesto: al margen del Derecho, la libertad adquiere perfiles feroces que dificultan o impiden cualquier tentativa de convivencia racional.

La incapacidad del actual gobierno mexicano para encontrar, dentro de los márgenes de la racionalidad constitucional, una solución pacífica y creativa a los conflictos sociales derivados del tráfico de drogas (como sería la  gradual legalización de su comercio y consumo, algo que ya he sugerido en alguna que otra entrada de este blog) y la delincuencia que origina ha erosionado los cimientos institucionales del Estado de Derecho hasta extremos que hacen peligrar su misma subsistencia en México. Contrariamente a lo que afirman Felipe Calderón y sus corifeos, el Estado de Derecho no se sostiene únicamente a punta de pistola. Las consecuencias de su proyecto político están a la vista, y a la postre deberán rendir cuentas por ellas: tan sólo entre el 5 y el 11 de junio, fueron asesinadas 271 personas en el país. Salvador Hernández Bustamante es un efecto triste y deforme de esta paulatina  constitución de México en un territorio sin ley, donde la máxima aspiración de las autoridades consiste en emular a Chuck Norris, los gamberros ejercen conjuntamente la docencia y la intimidación, y las universidades son uno más entre los espacios sociales abandonados a la barbarie de los poderes salvajes.

jueves, 10 de junio de 2010

El único partido de fútbol interesante que he visto en mi vida (cortesía de Monty Python)

Duelo de titanes. Alemania vs. Grecia. En cada bando, una alineación de lujo...

Alemania: 

1 LEIBNIZ, 2 I.KANT, 3 HEGEL, 4 SCHOPENHAUER, 5 SCHELLING, 6 BECKENBAUER, 7 JASPERS, 8 SCHLEGEL, 9 WITTGENSTEIN, 10 NIETZSCHE, 11 HEIDEGGER



Grecia:

1 PLATÓN, 2 EPICTETO, 3 ARISTÓTELES, 4 SOFOCLES, 5 EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO, 6 PLOTINO, 7 EPICURO, 8 HERÁCLITO, 9 DEMÓCRITO, 10 SÓCRATES, 11 ARQUÍMEDES

Espero que disfruten el partido.

Panem et circenses

Ha llegado la hora. El Mundial está aquí. Ahí dondo poso mi mirada, hay alguien cantando loas a la locura de la Roja. Cuando me asomo a Facebook, igualmente percibo la euforia del otro lado del Atlántico: el Tri jugará el partido inaugural contra Sudáfrica, e incluso el mismísimo presidente cansino, Felipe Calderón, viajará a Johannesburgo para estar presente en este magno acontecimiento. ¡Mé-xi-co!... ¡Es-pa-ña!... ¡Oeeee, oeeeee, oeeeee!

Sudáfrica ha gastado aproximadamente 2,500 millones de euros en la organización del Mundial, con miras a obtener ganancias que se calcula ascenderán hasta 6,100 millones. ¿Veremos justamente distribuida esta riqueza en un país donde la mitad de la población vive bajo la línea de la pobreza, y con una tasa de infección de VIH próxima al 20%? Adivina, adivinador...

Reconozco que mi pregunta es bastante ingenua, y que habrá quien me acuse de aguafiestas. No es agradable recordar el hambre ajena durante un ostentoso festín. A fin de cuentas, la función política del fútbol no consiste en atemperar las cuotas de desigualdad existentes en una sociedad determinada (¡obviamente!... basta con ojear la retahíla de ceros en los salarios de los futbolistas profesionales para constatarlo), sino en crear patrones artificiales de identidad y liberar tensiones sociales mediante formas de violencia ritual controlada.

El pasado 12 de mayo, precisamente, recibí una lección histórica sobre el poder del fútbol. En la mañana, José Luis Rodríguez Zapatero anunció en el Congreso de los Diputados unos recortes al gasto público sin precedentes en la historia de la democracia española. Algunas horas después, escuché gritos, y el clamor de bocinas ascendiendo desde las calles. Lo primero que me cruzó por la mente fue que espontáneamente había estallado una impetuosa protesta popular, y me asomé al balcón con la intención de aplaudir a los manifestantes. Claro que la protesta no fue tal: quienes armaban barullo en realidad festejaban que el Atlético de Madrid se proclamara campeón de la UEFA Europa League. ¿A quién le interesa que las pensiones sean congeladas, cuando se trata de celebrar el triunfo del equipo del pueblo?

Ahora, Zapatero planea aprobar una controvertida reforma laboral el próximo 16 de junio. En esa fecha, casualmente, España juega su primer partido en el Mundial, frente a Suiza. Así es el fútbol, así es el capitalismo... así es el mundo. Juvenal ya alude en sus Sátiras a la costumbre de los emperadores romanos de regalar trigo y entradas para el circo con objeto de mantener al pueblo distraído de los asuntos públicos. Panem et circenses. Por lo visto, no hemos aprendido mucho desde entonces.

lunes, 7 de junio de 2010

El Saldo de los Dos Viajes de Rachel Corrie

A principios del 2003 (esto es, durante la Segunda Intifada), Rachel Corrie, ciudadana estadounidense y activista militante en el International Solidarity Movement (ISM), viajó a la Franja de Gaza, donde intervino en reiteradas ocasiones como escudo humano para evitar que el ejército israelí demoliese viviendas palestinas como parte de su estrategia contrainsurgente. El 16 de marzo de dicho año, Corrie formó parte de un equipo de siete activistas que se enfrentó a un equipo militar de demolición en Rafah, localidad que se encuentra en la frontera de Gaza con Egipto. Un bulldozer blindado finalmente atropelló a la joven y la arrastró a lo largo de varios metros. El conductor argumentó que no la había visto, pese a que portaba un chaleco fluorescente y se colocó, en principio, a quince metros de la máquina mientras sus compañeros alertaban a los operarios sobre su presencia con un megáfono. Corrie murió pocas horas después, en un hospital palestino.

Las autoridades israelíes pidieron disculpas a la embajada de los Estados Unidos. El entonces primer ministro, Ariel Sharon, prometió una investigación transparente del incidente. Sin embargo, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos rechazó la petición de requerir al Estado israelí una investigación independiente, de modo que fue el propio ejército que había perpetrado el atentado contra la vida de Corrie quien condujo las correspondientes pesquisas. Evidentemente, la conclusión a la que llegaron las autoridades israelíes fue que los operarios y soldados involucrados en el suceso no tuvieron responsabilidad alguna en la muerte de Corrie, a la que calificaron como meramente accidental.

En marzo pasado, la coalición de organizaciones de derechos humanos pro-palestina Free Gaza Movement bautizó con el nombre de Rachel Corrie uno de los buques de la llamada Flotilla de la Libertad, en los que viajaban 750 tripulantes de unos 50 países diferentes, los cuales pretendían llevar unas 10,000 toneladas de ayuda humanitaria a la Franja de Gaza, rompiendo así el bloqueo impuesto por Israel al territorio palestino. A bordo del Rachel Corrie viajaban la Nobel de la Paz Mairead Maguire y el ex vicesecretario general de la Organización de Naciones Unidas, Denis Halliday. El 26 de mayo partió desde Irlanda, pero debido a problemas mecánicos, no pudo llegar al punto de encuentro en la fecha acordada: cuando la flotilla fue asaltada por comandos israelíes -incidente en el que fueron brutalmente asesinados nueve activistas que tripulaban el Mavi Marmara- el buque se encontraba navegando a la altura de Malta. Tras reunirse a bordo, los 11 tripulantes, decidieron continuar con el viaje con rumbo a Gaza a pesar de las advertencias de Israel. El Rachel Corrie finalmente fue interceptado y abordado por tropas israelíes en aguas internacionales (donde se permite apostar pero, por lo visto, está prohibido apoyar la causa palestina) a las 12:00 del 5 de junio de 2010, sin que se produjeran otros episodios violentos.

Es alarmante que los comentarios que dejan los amables lectores en las crónicas periodísticas que dan cuenta de estos acontecimientos (quienes siguen este blog, sabrán que continuamente me intereso por tales retazos anónimos y exaltados de la vox populi)  oscilan a menudo entre el antisemitismo y la islamofobia, según el bando que el comentador en cuestión prefiera apoyar. Ninguna de estas posturas es admisible en un espacio público democrático o, cuando menos, medianamente razonable en perspectiva moderna. La discriminación fundada en la forma como las personas rezan o dejan de rezar fue carta corriente en el siglo XVI, pero no debería serlo en el XXI. Hoy en día debería prevalecer el argumento ético adelantado por John Stuart Mill en el célebre On Liberty: «Soy de opinión que otras éticas, distintas de las que se pueden considerar originarias de fuentes exclusivamente cristianas, deben existir al lado de la ética cristiana para producir la regeneración moral de la humanidad; y que el sistema cristiano no es una excepción a la regla de que, en un estado imperfecto del espíritu humano, los intereses de la verdad requieren una diversidad de opiniones» (donde Mill dice cristiana, anote usted, lector o lectora del blog, el calificativo que mejor describa su personal concepción de la virtud).

La actuación del Estado israelí puede -y debe- evaluarse al margen de la religión judía. Aunque Israel haya echado mano en ocasiones de argumentos relacionados con la religión para justificar sus actos (fundamentalmente, al aducir que quien disiente de su política internacional es en el fondo un antisemita), ello no nos autoriza a obrar en los mismos términos si aspiramos a valorar la situación de Oriente Medio conforme a cánones racionales. De hecho, el destino sufrido por Rachel Corrie en sus dos viajes a la franja de Gaza -el primero, íntimo; el segundo, simbólico- requiere una evaluación  secular de las políticas israelíes, que reflejan y proyectan los extremos alcanzados en la persecución del terrorismo auspiciada por diversas potencias occidentales en los últimos años. Quienes pretenden justificar la posición de Israel aducen, por regla general, dos argumentos que ciertamente son ajenos al ámbito religioso (mismos que, curiosamente, afloran también con frecuencia entre quienes respaldan cualquier barbarie en nombre de la lucha antiterrorista): primero, que sus vecinos aspiran a destruirlo desde el momento mismo de su fundación; segundo, que, puesto que se trata de la única democracia en la zona, su defensa es siempre legítima.

Por lo que atañe al primer argumento, cabe preguntar hasta qué punto Israel ha contribuido a alimentar los odios en su contra. Quien realmente pretenda romper del círculo de la violencia, difícilmente puede responder al agravio con agravios aún más brutales. ¿Cuánto tiempo ha ignorado Israel la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, fechada el 22 de noviembre de 1967, que ordena la retirada israelí de los territorios ocupados de Gaza, Cisjordania y Jerusalén? ¿Podríamos decir que, al día de hoy, Israel ha dado muestras de estar dispuesto a cumplir con la Resolución 1397 del propio Consejo de Seguridad, que el 12 de marzo de 2002 apoyó la creación de un Estado palestino con fronteras reconocidas y seguras? ¿Cómo conciliar el supuesto compromiso de Israel para convivir en paz con los palestinos con la demolición de viviendas y la construcción de muros?

Por lo que atañe al presunto carácter democrático del Estado de Israel, parece pertinente señalar que la democracia no es enteramente reducible a las elecciones periódicas, así como el Estado de Derecho no se agota en la separación de poderes. No existe democracia ni Estado de Derecho ahí donde se desprecia abiertamente la legalidad internacional y se toleran los asesinatos selectivos, el encarcelamiento sin las garantías del debido proceso, la expulsión arbitraria de poblaciones enteras o la discriminación legal de quienes no profesan la religión judía.

En suma, la cuestión que subyace a la tensa situación en Oriente Medio es la siguiente: ¿está legitimado el crimen perpetrado por un Estado, por muy amenazado que esté o muy democrático que se considere a sí mismo? Para que el saldo de sangre dejado por los dos bienintencionados viajes de Rachel Corrie a Gaza no sea absolutamente inútil, me parece que estamos obligados a responder negativamente a esta pregunta.

domingo, 6 de junio de 2010

Alma

En las pasadas fiestas navideñas, el animador Rodrigo Blaas, quien forma parte del equipo creativo de los Pixar Animation Studios, puso a disposición del público en la red un cortometraje titulado, sencillamente, Alma. Según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, alma es el «principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida», o bien, según «algunas religiones o culturas», la «sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos». Tengo la impresión que, para definir el término, los académicos de la lengua castellana se ciñeron al canon aristotélico. Para Aristóteles, cabe recordar, el alma es fundamentalmente un principio básico, vital: es acto y forma respecto de un cuerpo organizado, esto es, el principio que constituye a un organismo (sea éste vegetal, animal o humano) en actualidad viviente. Además de esta modalidad corruptible del alma, indisolublemente unida al cuerpo, Aristóteles admite la presencia en el ser humano de un supuesto entendimiento incorruptible, el cual sería inmortal.

Por otra parte, en castellano Alma es un nombre femenino medianamente común. El juego conceptual propuesto por Blaas promete entonces una incursión en los terrenos más complejos de la antropología filosófica y la metafísica. El cortometraje (sin necesidad de otra palabra que aquélla que le titula) habla por sí mismo, pero quisiera dejar en el tintero (¿o en teclado?... los lugares comunes también se transforman con la tecnología) las siguientes preguntas: ¿Quién no se ha visto tentado a perder el alma por la fascinación que el ego ejerce sobre nuestras conciencias? ¿Será nuestro amor propio tan peligroso como parece sugerir Blaas?




sábado, 5 de junio de 2010

Cohn-Bendit: Sensatez y Sensibilidad

La crisis sigue su curso destructivo: el nuevo Gobierno húngaro presidido por el conservador Viktor Orbán, elegido el pasado mes de abril, anunció ayer que el Ejecutivo anterior había manipulado las cuentas públicas, y que «no es una exageración» hablar de la suspensión de pagos de la deuda soberana del país centroeuropeo.  La convulsión se extendió inmediatamente por los mercados bursátiles. El Ibex se hundió un 3,8%, el Dax alemán cayó 1,91% y el londinense FTSE bajó 1,63%. El euro se depreció hasta 1,19 dólares, el nivel de cambio más bajo desde el mes de marzo de 2006.

La pertinencia de una nueva socialización de las pérdidas de los bancos mediante la inyección de capital público que compense sus pérdidas es una opción que ha comenzado a adquirir el prestigio de lo razonable (sotto voce... o no tanto) en los círculos de la opinocracia financiera. El problema, se dice, es que la incertidumbre provocada por la turbulenta situación económica de Grecia o Hungría (por citar un par de ejemplos) confluye inevitablemente sobre los bancos, cuyos balances están contaminados por los títulos de deuda emitidos por  tales países. Por supuesto, los Estados (y estoy hablando, ¡oh, ironía!, del llamado primer mundo) no están ahora en condiciones para hacer frente a un nuevo rescate bancario. ¿Cómo van a rescatar los bancos, si no pueden salvarse a sí mismos?

Para complicar un poco más la situación, la discusión y entrada en vigor de la normativa conocida como Basilea III ha sido aplazada por el G-20 hasta 2014 o incluso más allá. Dicha normativa pretende obligar a los bancos a mantener niveles de capital más elevados y de mejor calidad, de tal forma que sean más sólidos ante una eventual crisis y no necesiten ser rescatados con fondos públicos. La importancia de esta regulación se hace patente en cuanto consideremos que en las raíces de la actual crisis financiera internacional, precisamente, se encuentra una regulación inadecuada y laxa de los requisitos de capitalización de la banca.

En suma, las noticias de esta semana no han sido  particularmente buenas (y eso que no me he metido con el último happening del Estado israelí, que sin duda merece algún comentario sobre la indispensable diferenciación entre el inaceptable antisemitismo y la igualmente ineludible condena moral y jurídica que merecen los métodos de Israel). Sin embargo, la esperanza aparece en ocasiones donde menos confiamos que haga acto de presencia. Entre la vorágine de avaricia y desconfianza desatada por la crisis, el político franco-alemán Daniel Marc Cohn-Bendit ha  levantado recientemente una voz teñida de sensatez y sensibilidad  (virtudes que no están tan reñidas como supone Jane Austen) en el mismísimo Parlamento Europeo. El discurso pronunciado por Cohn-Bendit con motivo de la crisis griega es esperanzador, cuando menos, en dos sentidos: primero, porque quien se expresa con tal pasión y libertad por una causa justa demuestra que, a pesar de los pesares, la democracia aún no está perdida y, segundo, porque al evidenciar la locura capitalista ha hecho evidente que, en el plano de los principios, el proyecto socialista todavía vive en la medida en que, sencillamente, es la más razonable de las opciones políticas que se perfilan en nuestro futuro.

Sin mayores preámbulos, entonces, los dejo con Daniel Cohn-Bendit:


domingo, 30 de mayo de 2010

Un Crudo Diagnóstico, Una Oportunidad para la Esperanza

Una nota sobre la España Post-Tijeretazo. Apenas una semana después de que el Ecofin (el Consejo de Asuntos Económicos y Financieros de la Unión Europea, integrado por los Ministros de Economía y Finanzas de los 27 estados miembros de la Unión, así como los Ministros de Presupuesto cuando se discuten cuestiones presupuestarias) aprobase imponer mayores controles sobre los hedge funds con un criterio de oportunidad que recuerda al refrán castellano que censura tapar el pozo después de que el niño se hubiese ahogado, el Partido Socialista Obrero Español aprobó en solitario y por un solo voto el real decreto-ley de medidas de ajuste del gasto público que aprobó el Gobierno español el pasado jueves. Con motivo del ambiente enrarecido que ha dejado el maremoto económico de las últimas semanas, un buen amigo mexicano ampliamente versado en cuestiones españolas me ha hecho llegar en un correo electrónico su lacónico (¡y durísimo!) diagnóstico sobre la situación actual en esta orilla del Atlántico (espero que pueda perdonar mi ciber-indiscreción, pero su lucidez me impresionó a tal grado que realmente estimo imprescindible compartirla con los tres lectores de este blog):

«La crisis económica siempre trae consigo su pathos destructivo que anida en la mente de la gente sin que se dé cuenta. Jamás volverá la España dorada del felipismo y su optimismo falsamente cosmopolita y turbiamente democrático, mucho menos la fantasía ostentosa del Aznar. La ideología galáctica que infestó al fútbol y a la política, a la cultura y la economía, se ha convertido en la escena darwinista más feroz. Ni modo, hay que salvarse de alguna forma».

A diferencia de mi amigo, me gustaría figurar para esta tierra un futuro más allá del sálvese quien pueda por dos razones. La primera es, sin mayores preámbulos, eminentemente práctica: mi vida actual está fincada en España. La segunda, en cambio, apela a esas razones del corazón que hoy en día han perdido tanto prestigio, pero que (creo) todavía valen en la medida en que sean ponderadas con un poco de buena fe. Después de ocho años por estos lares, uno acaba tomándoles cariño, y ciertamente me gustaría que la crisis tuviese un desenlace esperanzador. Quizás sea una buena noticia que los tiempos pasados no puedan repetirse. Utopía es novedad: anticipación de un mañana mejor, en que (¡ojalá!) los ciudadanos y las ciudadanas votarán por aquellos programas e idearios que consideren auténticamente emancipadores, y exigirán a los políticos que los representan que obren en congruencia con ellos, en vez de dejarse seducir por las consignas vacías o los rencores viscerales que nutren la metáfora caníbal de las dos Españas*.

PD. A los amigos y las amigas en Colombia: hoy toca votar. Con todo cariño, les deseo que mañana, a esta hora, la Esperanza (que es el motor ético de la utopía) haya tocado a las puertas de su democracia...


* Me refiero, por supuesto, a la inquietante imagen del conflicto fratricida latente en el célebre poema machadiano: «Ya hay un español que quiere/ vivir y a vivir empieza/ entre una España que muere/ y otra España que bosteza/ Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios/ una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón».

jueves, 27 de mayo de 2010

¿Cómo se llega a Carnegie Hall?

Ensayando...



Un chistecito con sazón gringo. Como dice Zoot (el saxofonista que aparece en el vídeo): los viejos chistes  son siempre los mejores. Por supuesto, esto es una exageración: no siempre lo son, pero en ocasiones -sobre todo cuando los tiempos barruntan crisis- pueden constituir sabrosos recordatorios de que nunca es demasiado tarde para retomar el rumbo de nuestras vidas. Ojalá que quien ensaye y conozca la música (cabe precisar que, en materia musical, quien dice "conoce" también quiere decir "siente"), todavía pueda llegar a Carnegie Hall.

Salud, y hasta la próxima.

martes, 18 de mayo de 2010

A Vueltas con Mozart: De Baby Einstein a la Revolución Francesa

Tras varias jornadas entregado al comentario de temas eminentemente sórdidos y/o distópicos, me ha invadido la ingente necesidad de volver a las raíces utópicas de este espacio bloguero. Puesto que, además, los próximos días estaré ausente, enclaustrado en un congreso sobre teoría del Derecho en la ciudad de Girona, he decidido cerrar la semana con una entrada sobre algún tema musical. De este modo, procuraré a los tres lectores del blog un buen sabor de boca y, al propio tiempo, rendiré un veloz homenaje a la música, llamada por Ernst Bloch la más utópica de las artes.

En el año 1993, a raíz de la publicación en la revista Nature de un estudio  sobre la relación entre la música y nuestra capacidad de razonamiento espacial, se esparció a lo largo y ancho del planeta la convicción de que los bebés menores de tres años que escucharan el primer movimiento de la Sonata para Dos Pianos en Re Mayor, K. 448, de W. A. Mozart, verían más desarrolladas sus capacidades intelectuales. Esta creencia fue bautizada como «el efecto Mozart», y suscitó un auténtica avalancha de productos comerciales presuntamente educativos destinados a los bebés. Entre los fabricantes y distribuidores más visibles de dichos productos se encuentra la compañía Baby Einstein, adquirida por Walt Disney en 2001 (cabe recordar, entre su oferta pedagógica, el inefable CD titulado «Baby Mozart» que, por supuesto, incluye en su repertorio la pieza musical antes mencionada).


Ahora, un equipo de psicólogos de la Universidad de Viena ha rebatido esta tesis con el que dicen es el estudio más comprehensivo que se ha realizado sobre esta materia hasta la fecha. Los psicólogos austriacos han expuesto a 3000 sujetos a la antedicha sonata, pero no han encontrado cambios significativos en sus habilidades cognitivas. Los resultados de su investigación han sido publicados en el número de la revista Intelligence correspondiente a este mes, y muestran que el mero hecho de escuchar música de Mozart no permite observar mejoras en las facultades de los sujetos expuestos a ella.

El «efecto Mozart» se hizo tan famoso que llevó la pieza musical en cuestión hasta las listas de superventas. El Gobernador del estado de Georgia, en los Estados Unidos, incluso llegó al extremo de regalar a cada madre primeriza un CD de música clásica en 1998. No obstante, numerosos científicos llevan años poniendo en duda la realidad del «efecto Mozart» (una postura que incluso ha encontrado respaldo, en fechas relativamente recientes, en la propia revista Nature). Hoy difícilmente podríamos afirmar que la música clásica nos convierte en personas más inteligentes. De hecho, Baby Einstein ha convenido en reembolsar el precio de sus productos a quienes, con la falsa esperanza de formar un genio en la familia, los adquirieron entre el 5 de junio de 2004 y el 4 de septiembre de 2009.

Llámenme necio, entonces: a pesar de los pesares, yo quisiera reivindicar el valor pedagógico de Mozart. Liberado del pesado fardo de Baby Einstein, el compositor austriaco puede revelarse como un músico indispensable en los tiempos que corren. Le nozze di Figaro, ossia la folle giornata, (K. 492) debería ser la ópera de cabecera para todo trabajador acosado por la crisis. Inspirada en La Folle Journée, ou Le Mariage de Figaro (1778), pieza teatral escrita por Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, esta obra -que ninguna compañía operística osaría excluir de su repertorio- fue estrenada el 1º de mayo de 1786, escasos tres años antes del inicio de la Revolución Francesa. Justamente, el espíritu revolucionario se anticipa, latente, agazapado en los acordes de Mozart y los versos con los que su guionista, Lorenzo da Ponte, da vida al duelo amoroso entre el conde Almaviva y su criado Figaro, que habrá de resolverse a favor del ingenio de este último.

En Le nozze di Figaro, como podría esperarse en todo conflicto de clases, la conciencia de la injusticia viene de abajo. «Bravo, Signor padrone», musita Figaro enfadado desde el principio del primer acto, cuando su prometida Susanna le hace saber que sospecha que el conde ha dispuesto sus habitaciones muy próximas a la suya con miras a  seducirle con mayor facilidad. A continuación, Figaro entona un minuet burlesco y, a la vez, amenazante, que miniaturiza al amo: «Se vuol ballare, Signor Contino». El conde desea bailar: que así sea, pero Figaro decidirá la música y el ritmo.



En el Tercer Acto, el conde responde con un soliloquio recitativo y un aria («Hai gia vinto la causa») rebosante de ira y violencia. No sólo su lujuria, sino también su sentido del orgullo y las jerarquías sociales, han sido profundamente ofendidos por los planes para mantener a Susana a salvo de sus garras. «Vedro, mentr'io sospiro, Felice un servo mio» («¿Porqué he de suspirar frustrado, mientras es feliz un siervo mío?»), se pregunta con amargura.



Al final, los deshonestos deseos del conde son puestos en evidencia mediante el ardid del disfraz (la condesa y Susanna, patrona y sirvienta respectivamente, intercambian sus vestidos), allanando así el camino hacia la reconciliación final, el momento más sublime de la ópera. Sin embargo, esta reconciliación no involucra los elementos tradicionales de la gracia (grazia) concedida por los dioses, o la clemencia (clemenza) mostrada por los monarcas hacia sus súbditos. Se trata, simple y llanamente, de un acto de perdón (perdono). Enredado en sus propias mentiras y confundido por los nobles vestidos que porta Susanna, el conde piensa que la condesa le ha sido infiel con Figaro. Susanna (actuando como la condesa, cabe insistir) le ruega perdón, pero el conde no se lo concede. Entonces la condesa, vestida como Susanna, se presenta ante él. Puesto que el conde ha intentado seducirla, ignorante de que en realidad era su esposa, se ve obligado a solicitar el perdón que antes había negado:

«CONTÉ: Contessa, perdono.
CONTESSA: Più docile io sono

E dico di sì.

TUTTI: Ah! Tutti contenti
Saremo così.»
 
Conde: Condesa, perdóname. Condesa: Mi amabilidad prevalece, y te concedo el perdón. Todos: ¡Ah, todo mundo estará feliz ahora!»)



Tutti contenti saremo così: el momento utópico de la reconciliación en la igualdad, la libertad y la fraternidad soñado por la Revolución Francesa. En suma, escuchar a Mozart seguramente no nos hará más listos. Sin embargo, con un poco de buena fe, probablemente nos ayude a vivir con mayor dignidad. Porque cada trabajador, como Figaro, puede marcar el ritmo de su respectivo contino.